La afición peruana deambula por las calles de Moscú con cierto aire abatido tras la derrota de la primera jornada del Mundial, buscando explicaciones a la falta de acierto de la selección de Ricardo Gareca de cara al gol.
Paolo Guerrero, capitán y máximo goleador histórico presenció la primera hora del duelo desde el banquillo, una decisión del «profe» que se fue gestando a lo largo de la preparación en Rusia, pero que, por esperada, no fue menos sorprendente.
Hasta el punto de levantar la sospecha de que existe un «caso Guerrero» que amenaza con envenenar la concentración inca. Los últimos coletazos del culebrón que desembocó en la tardía llegada del jugador del Flamengo al grupo, tras escapar a una sanción por dopaje no se ha cerrado de la mejor manera, se dejan sentir en Rusia.
Nada de lo que atañe a Guerrero escapa a la desmesura. Perú suspiró por poder contar con él en el Mundial, se implicó todo el país, incluidos los poderes públicos, y la afición salió a la calle para celebrar la suspensión provisional de su sanción de 14 meses el pasado 31 de mayo, el salvoconducto que le habilitaba para jugar el Mundial.
Tanto fue el esfuerzo que se puso en su presencia en Rusia, que el resto de la selección sintió, en silencio, cierta sensación de olvido. Perú parecía Guerrero y el resto meras comparsas. Sin su estrella, la blanquirroja logró la clasificación para el primer Mundial en 36 años en una repesca contra Nueva Zelanda que llenó de esperanzas al país.
Pero el nombre del «depredador», de 34 años, autor de 34 goles en sus 88 partidos internacionales, no dejó de planear en el fútbol peruano.
La mera evocación de su nombre crea nerviosismo en el grupo. Miguel Trauco y Raúl Ruidíaz, que comparecieron ante los medios, se miraron tensos cuando se les preguntó por la ausencia en el once titular de Guerrero, antes de aferrarse a una respuesta de compromiso.
«Sabemos que es un jugador importante, pero las decisiones las toma el comando técnico. Cuando entró tuvimos más peso ofensivo, se notó, pero es el entrenador quien analiza», indicó Trauco, mientras que Ruidíaz, que le acompañó en el banquillo, completó que «todo el mundo sabe lo importante que es Guerrero para nosotros».
Guerrero llegó a un grupo que había comenzado a tomar una dinámica. En nombre de ese equilibrio humano, que en un Mundial es tan importante como el táctico, Gareca apostó por dejar a su estrella en el banquillo y confiar en un equipo que venía haciendo buen fútbol y buenos resultados. El preparador argentino obtuvo lo primero, pero no lo segundo.
La irrupción de Jefferson Farfán y Christian Cueva le daba garantías ofensivas suficientes para poder prescindir del «depredador».
El margen de maniobra en un Mundial es escaso. Una derrota el próximo jueves contra la Francia de Antoine Griezmann y Kylian Mbappé, una de las favoritas para el título, dejaría a Perú al borde de la eliminación. El sueño tan esperado acabaría a las primeras de cambio.
Gareca tiene en sus manos la decisión. El «Tigre» cuenta con predicamento suficiente entre los hinchas como para poder dejar de nuevo en el banco a la estrella por la que todos ellos suspiran.
El preparador achacó que el jugador de Flamengo se había incorporado más tarde para justificar su ausencia en el once de salida en el primer partido de Perú 36 años más tarde, pero un día después Nolberto Solano, asistente técnico, aseguró que se trató de «una decisión táctica».
Ante Francia ya no le valdrá la misma explicación. Gareca tendrá que decidir si abre un «caso Guerrero» o si, como suponen los observadores, pone en peligro el ánimo del resto de sus jugadores.
F/EFE
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